Lunes. Cinco y media de la tarde. Estación de metro Spittelau. Viena.
Es hora punta, como si fueran las ocho o las nueve en España. Todos salen de trabajar y quieren llegar pronto a casa. Aún por encima hace frío, así que la gente camina deprisa, sin perder tiempo analizando lo que ocurre a su alrededor.
Mientras, yo espero al lado de las máquinas expendedoras de billetes, el lugar acordado para encontrarme con mi nuevo tándem. Tengo un poco de frío y me da pereza ponerme los cascos, así que para amenizar la espera me entretengo intentando adivinar las historias que cada uno de los transeúntes guarda en su cabeza.
Pasan los minutos, y ciertamente me doy cuenta de que he llegado muy pronto a la cita. Pero de repente ocurre algo que acapara mi atención y me impide volver a acordarme de la hora por un rato. A mi izquierda, alejados unos veinte metros, cuatro policías acaban de detener a dos hombres de unos treinta años. Ambos van bien vestidos y aparentemente no se han metido con nadie. Están sorprendidos por la parada, si bien se muestran correctos y, aunque no oigo lo que dicen, parece que acatan todas las órdenes de "la autoridad".
En un primer momento me imagino que se trata de un control rutinario, pero pasan los minutos y las cosas se empiezan a poner extrañas. Dos de los policías parecen ser meros aprendices, se quedan a un par de metros de los detenidos siguiendo atentos cada uno de los pasos de sus maestros. Uno de éstos llama por el móvil con la documentación de los detenidos en la mano, mientras el otro empieza a registrar las dos bolsas que les han requisado. Las vacía tirando su contenido al suelo sin poner mucho cuidado en ello. Al poco tiempo el jefe cuelga el teléfono, parece que no está muy contento con el resultado del registro, guarda el móvil en el bolsillo y se dirige a los dos detenidos, que por sus caras deduzco que empiezan a asustarse un poco.
Deciden comenzar cacheándolos, con especial interés, de arriba abajo y de un lado a otro. Como parece que no encuentran lo que esperan (o quieren) encontrar les mandan descalzarse. Una vez descalzos les hacen quedarse en camiseta y les siguen cacheando. Todo esto a unos 3ºC. Mientras tanto la gente sigue entrando y saliendo de la estación. Tienen prisa. Hace frío. Nada más importa. Pasan ejecutivos trajeados, estudiantes y también un par de tipos con pinta de tener más rayas encima que Pocholo en sus peores (mejores?) momentos. Uno de los policías se fija especialmente en uno de ellos, pero no dice nada, para qué? Ya tiene con quien entretenerse.
Un rato después los polis que mandan llegan a la conclusión de que no van a encontrar nada en esos chicos, que como poco mañana estarán resfriados. Supongo que les dicen que se vistan, recojan sus cosas y continúen por donde vinieron. Les acercan sus bolsas de una patada y sin despedirse ni pedir disculpas siguen su camino. Les siguen los dos novatos, como los patitos siguen a mamá pato, aprendiendo maneras y estilo. Están orgullosos. Dentro de unos años serán ellos los que detengan a los malos.
Tras esta escena aún me quedan unos segundos para pensar antes de que llegue mi tándem. Pienso en que es extraño que la autoridad pueda elegir arbitrariamente a quien humillar en plena calle, sin que nadie se interese ni haga nada por evitarlo. Quizas los escogieron a ellos por tener la cabeza rapada, aunque sería raro porque eso está muy de moda en Viena. Teniendo en cuenta que no se habían metido con nadie, no tenían pinta de yonkis y aún por encima iban bien vestidos...solo queda una opción, seguro que obvia para muchos de los que en ese momento giraron la cabeza hacia otro lado al entrar en la estación. Les tocó a ellos por ser diferentes, negros para más detalles.
Dicen que tu libertad termina donde empieza la de los demás, pero está claro que hay países donde la libertad de unos no ocupa lo mismo que la de otros.
Y racismo en alemán cómo se dice?
ResponderEliminarCreo que peor fue el día en que nos encontramos a cuatro de estos "novatos" jugando a polis y cacos en mitad de la calle. Si es que no tienen que hacer en una ciudad en la que los periódicos están en mitad de la calle y no se roban...
ResponderEliminara javi antes le paraban un monton por nuestra calle y le pedían la documentación (ni idea de por qué)
ResponderEliminarMuy interesante la observación y la reflexión. Finalmente, cabe concluir que el bienestar de occidente no es necesariamente el bienestar del mundo y nuestra pretendida seguridad se asienta sobre unas bases muy movedizas que a veces, como en este caso que describes, no respetan los derechos más fundamentales del resto de la humanidad ...Uf...qué miedo!!!!.
ResponderEliminarhola Bego, acabo de leerme tu blog, y me ha gustado mucho, pido disculpas por tardar tanto en hacerlo, pero en fin hoy lo he hecho y seguire haciendolo mas a menudo. Un beso y hasta pronto. Pili, tu tia de Logroño, por si no caes quien soy.
ResponderEliminarpero nadie pregunto lo importante en esto.... te cambiaron a la tandem?????? nos has engañado, ho nos dejaste ninguna foto...
ResponderEliminarO_o me he quedado sin palabras... ya hay que ser animales para detener a alguien solo por el color de la piel... esto nunca cambiará :s
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