viernes, 14 de mayo de 2010

Las rarezas de Pakilandia

Nuestros vecinos son paquistanís, eso no es ninguna novedad. Son una pareja, ella tiene 28 años y él 32, y tienen una hija de 18 meses. Son muy majos y siempre nos regalan comida, así que nos caen bien. Están aquí porque él es listo y está haciendo la tesis, algo relacionado con informática y negocios. Como no trabajan ninguno de los dos (aunque antes de venir sí trabajaban) suponemos que son de una familia algo pija paquistaní, y que además él debe tener una beca o algo.

Él lleva aquí tres años, pero ella llegó hace un par de años, a tener a su hija y a quedarse aquí acompañando al marido. Quieren irse a finales de año, ya tienen ganas. La madre quiere criar a su hija en Pakistán, por eso aquí no la lleva a la guardería ni nada. Dice que tiene ganas de volver, que allí no todo es como sale en la tele y que no hay tantas bombas. Nosotros les decimos que se queden, que en el fondo Europa no es tan mala. Es que allí usan la frase “es muy europeo” cuando alguien les cae mal. Antes de venir tenían la idea de que Europa es algo así como el paraíso de las orgías, con alcohol y gente viciosa por todas partes.

A veces tenemos conversaciones profundas con la madre, en las que nos enteramos de que allí los maridos se los eligen sus padres, y que si una mujer tiene la regla no puede entrar en un templo religioso. Son musulmanes, así que rezan mucho. Alguna vez lo hacen en la cocina porque su hija está durmiendo en la habitación. Al principio nos daba un poco de cosa entrar y que estuvieran ahí pa'arriba y pa'abajo pero ahora ya nos hemos acostumbrado.

Hay otras cosas que hemos aprendido aunque no nos las hayan contado, como por ejemplo que ella no puede mirar a un hombre a los ojos. Por eso siempre que tiene que decirnos algo me lo dice a mí y no a Peibol. Tampoco puede verle ningún hombre con maquillaje. El otro día se lo puso por la noche para recibir a su marido. Nos dimos cuenta cuando estaba hablando con Fanni y conmigo tan tranquila en el pasillo. Un rato después llegó Peibol y ella tuvo que girar la cara dándonos la espalda hasta que él se fue. Menos mal que no se maquilla mucho, porque Peibol empieza a cabrearse.

Una vez quiso saber si íbamos al gimnasio de la resi. Cuando le dije que sí me preguntó si habitualmente iban muchos hombres. Le dije que bueno, que era un gimnasio, y que suele haber chicos haciendo pesas. Puso cara de pena, porque eso significa que no puede venir conmigo.

Siempre lleva un velo en la cabeza. Alguna vez en la cocina la pillamos sin él y tiene el pelo muy largo, pero enseguida se lo cubre. Cuando sale a la calle se tapa todavía más. Coge una esquina del pañuelo y la engancha al otro lado de la cara, de tal manera que solo se le ven los ojos. El problema es que cuando nos la encontramos en el parque o en el súper la tenemos que reconocer por la niña, que desde el carrito nos regala una sonrisa cada vez que nos ve. La madre se tapa tanto porque no le pueden ver otros hombres, solo su marido. Yo lo respeto. Lo respeto pero no lo entiendo.




Esto es lo que he aprendido de mis vecinos. Bueno también he aprendido que los niños son todos iguales nazcan donde nazcan. Por eso ahora mientras escribo “Shaija” está dando gritos por el pasillo, arramblando con todo lo que encuentra a su paso e intentando meter los dedos en los enchufes, mientras no encuentra con quien jugar. Cuando se cansa de gritar suele sentarse al fondo del pasillo, donde hay una ventana -ver foto-. Allí le gusta que le de el sol en la cara. La verdad es que se nos cae la baba, pues cada día está más guapa. Cuando va con su madre por la calle todos la miran a ella, a la hija, porque a la madre no la pueden ver. Y “Shaija” sonríe, porque le encanta salir a pasear, sobretodo cuando hace sol. A mí me gusta pensar que es como una flor bonita que crece ajena a las hierbas que le rodean, esforzándose por absorber los rayos de sol. Ella disfruta de su inocencia, sin saber que conforme crezca se irá marchitando poco a poco hasta llegar a apagarse para siempre, pues a partir de cierto momento, deberá esconderse en la oscuridad.

Y ya nunca más podrá disfrutar de la luz del sol...

4 comentarios:

  1. Sin que sirva de precedentes, no es fácil explicarlo mejor. Realmente triste y penoso, por mucho que lo tengan tan interiorizado que sigan con este tipo de forma de vida cuando ven que en otros lugares la cosa funciona de otra forma. En fin, no hay nada que hacer y encima hasta puede que el asunto esté viviendo un cierto revival. Lo siento por ellos, sobre todo por la nena y por todas las nenas, por supuesto.

    ResponderEliminar
  2. milagro!!!! tu padre te dio la razon en algo!!!!!!!!!!!!!!!!!! OMG el fin del mundo se acerca XDDDDDD

    ResponderEliminar
  3. Y lo peor es que cuando desde las instituciones se intenta luchar contra algo que en el fondo atañe a los derechos humanos de media humanidad salen algunas de las afectadas diciendo que ésa es su opción y se tapan porque quieren......

    ResponderEliminar
  4. La verdad es que es triste. Igual es como si a nosotros nos pidieran que fuéramos desnudos por la calle porque es lo normal (imaginando un mundo en el que todos fueran desnudos por ahí); nos daría mucha vergüenza y pudor. Imagino que es lo que aprendimos y con lo que nacimos y es difícil cambiarles el modo de pensar y hacerles ver que su cara es su identidad y que no la deben ocultar.

    ResponderEliminar

Una cosa te voi dicir: